PINCELADAS REALES


-Siempre me pareció que Manet fue el mejor de todos ellos. De los impresionistas, digo...- le refirió el joven con evidente vergüenza, tratando de hacer foco en su rostro al mismo tiempo que otro turista que estaba delante de él, se mostraba interesado por sus cuadros.
-Mmm, a mi manera de verlo, Manet no fue el mejor, sino Monet. Y además, este es un Renoir-,  contestó ella sin miramientos, mientras sostenía el trazo inmutable del pincel que se deslizaba por el lienzo.
-Puede ser, me debo haber confundido. Igual... pintás muy bien, te felicito- fue lo único que se le ocurrió responder, sintiéndose apocado por el entredicho.
-Gracias. Y si..., puede ser que haya un Manet parecido a “Le Moulin de la Galette”-, devolvió ella la gentileza del comentario, con un marcado acento andaluz.

Ruboroso y sin despedirse, se dio media vuelta y atravesó la Place du Tertre evitando tropezar con algunas de las paletas de colores de los artistas urbanos que todavía le daban pelea al poniente del sol. Emprendió el regreso caminando por la empedrada Rue Des Saules hasta llegar a su hotel, una pequeña casona familiar atendida por sus dueños y reconvertida en un alojamiento barato para universitarios.
Después de una frugal cena, con la cabeza apoyada en la almohada y con la tenue luz de la lámpara de su habitación, el joven recordó las palabras que había cruzado hacía unas horas con aquella anónima pintora.

-Es un Manet y es parecido a “Le Moulin de la Galette” se decía para sus adentros.- Pero..., ¿a cuál se estaba refiriendo?- pensó, mientras hacía un esfuerzo por recordar cada detalle del cuadro que había visto a medio terminar.
En un instante se puso de pie, se acomodó en el rústico escritorio de madera y luego de prepararse un café negro, abrió el viejo libro de historia del arte que había llevado, un regalo de su abuelo, tratando de resolver esa suerte de acertijo. Buscaba una pintura que debía ser de Manet y a su vez, parecerse a aquellas imágenes de hombres y mujeres con sombreros, alegres y danzantes, en esa sala de fiestas al aire libre que mostraba la obra de la enigmática joven.
Pasaba una por una las pesadas páginas del vademecum de tapa dura, hasta que de repente en un diminuto recuadro de las últimas hojas, pudo dar con lo que estaba inquiriendo.

A la mañana siguiente despertó con cierto cansancio pero colmado de entusiasmo. Era el último día de su recorrido turístico en el Viejo Mundo y debía volver a casa. No le quedaba mucho tiempo para todos aquellos rincones mágicos de la Ciudad de la Luz, sobre los que había leído tanto y que aún no había podido escudriñar.
Quería comprobar personalmente esas sensaciones que generaba a los personajes hollywoodenses que tantas veces había visto perderse por su laberinto de calles, olvidándose de su mundo moderno e imaginando ser ciudadanos de otra época anterior.
Sin embargo, tocado en el orgullo, sintió que tenía una deuda pendiente que saldar con aquella joven.
Y ella estaba ahí, bajo el mismo árbol sentada sobre un banquito, pintando con la misma gracia del día anterior. Pero esta vez estaba sola, sin ningún curioso a su alrededor. Vestía una camisa floreada y su cabello ondulado de color trigueño le permitía esconder un poco, con su movimiento, cada vez que ella daba una pincelada, esos ojos mezcla de verdes y amarillos que lo habían deslumbrado la primera vez que la vio.

-La música en las Tullerías”, el cuadro que confundí con el que pintabas ayer se llama “La Música en las Tullerías”, ¿no?- le dijo.
La joven levantó su vista y luego de unos segundos, cuando su memoria fotográfica pudo hallar el registro de esa fisionomía, le respondió con una leve sonrisa: -Has acertado, te felicito. Te he visto pasar varias veces por aquí y todavía no te has presentado. Y me he dado cuenta que quizás no solo te interesan mis cuadros.-
-Soy Sebastián, y puede ser que me interesen tanto las obras, como la misma artista, que por cierto, tampoco se ha presentado.- le refirió quitándose el último resabio de timidez que le quedaba.
-Lucía, me llamo Lucía, un gusto Sebastián-. Ahora, la que se sonrojaba era ella, tan desenvuelta que parecía en un principio.
Envalentonado, creyó que era la oportunidad de ir por más, y aprovechó los últimos momentos que un turista ocasional con los ojos de deseo puestos en una de las acuarelas, le concedió implícitamente, al verse de alguna forma involucrado en esa escena.
-Lucía, que lindo nombre. Me encantaría que pudiéramos tomar un café y charlar un poco más de pintura, pero te veo tan ocupada…-
Ella, adoptando una postura un poco más formal y advertida de la presencia del potencial cliente, respondió: -A las 17, a esa hora termino de trabajar. Espérame a la salida de la boca de metro, en Pigalle-.
-Allí estaré Lucía-, le contestó.

A la hora indicada, Sebastián, cambiado para la ocasión con camisa celeste, suéter azul, el mejor pantalón que encontró en su valija y el único par de zapatos que lo acompañó durante su viaje, esperaba, un poco desconfiado, en el lugar convenido.
A los pocos minutos una joven con pollera larga lila, zapatillas blancas y remera del mismo color, apareció repentinamente subiendo las escaleras a la salida del metro, y tocó el hombro de Sebastián, sin que se diese cuenta. Era Lucía.
-Bueno, cuéntame, además de ser argentino, y de llamarte Sebastián, ¿qué te trae por aquí?-, inició la conversación con una actitud decidida, mientras comenzaron a caminar en dirección al Boulevard de Clichy.
Procurando seguirle los presurosos pasos, Sebastián respondió: -Estoy haciendo un poco de turismo, y como estudiante de historia del arte que soy, quería terminar mi viaje en el lugar que vio nacer al impresionismo, el estilo pictórico que más me gusta-.
-Ala, pero que bien, alguien que puede criticar mis pinturas con un criterio un poco más elevado que el que pueda dar el dinero- le contestó ella.
-No se si es para tanto, pero podría animarme. Y vos Lucía, ¿qué hacés por acá?-
-Terminé la UNI hace 2 años, y para celebrarlo me vine un fin de semana con amigas, el sitio me atrapó. Y bueno, un chico también. A las pocas semanas volví de Sevilla, y me instalé en el piso donde vivo.-
- Mirá vos. Es que Montmartre es único. Cualquiera querría quedarse acá para siempre- le dijo Sebastián. Y mirándola, agregó: -Y ese chico, tu novio, ¿a qué se dedica? ¿Es artista como vos?.-
Lucía movió la cabeza de un lado al otro y con un gesto adusto, sentenció: -Pfff, ¿mi novio?, por suerte ese tío no se ni donde está.-
En ese momento Sebastián recobró esa vergüenza de sus primeras incursiones a la plaza e incómodo, para cambiar el ángulo de la charla, se le ocurrió preguntar por el significado de la leyenda de la remera que tenía puesta Lucía, escrita en un francés indescifrable para él: “L'amour de l'art, parmi tous les mensonges c'est le moins trompeur”.
Al escuchar la pregunta, ella se sonrió y se la tradujo: -Mi camiseta pone: ”Amad el arte, entre todas las mentiras es la menos mentirosa”. Es una frase de un escritor de aquí, que me gusta mucho, Flaubert, ¿le conoces?-.
-La verdad que no- contestó Sebastián. -Pero es una frase fuerte, que parece que guarda mucho dolor, ¿me equivoco?-
-No te equivocas. Es así. Es fuerte. Pero más real todavía. No te asustes. Pero... para mi la vida guarda muchas mentiras disfrazadas de verdad y el arte es una forma de desnudar esas mentiras.-
Después de ese comentario, Sebastián prefirió otra vez cambiar de tema y evitar las inconvenientes preguntas que si la charla proseguía, resultarían inevitables.

Justo en ese momento, llegaron a la esquina del Moulin Rouge, y él encontró el motivo propicio para compartir algunas opiniones sobre las pinturas de Toulouse Lautrec y la nostalgia de la Belle Époque.
Continuaron caminando, por la orilla del cementerio. La conversación versaba ahora acerca de las razones de la locura de Van Gogh; si había sido su genio incomprendido; su dudosa adicción al absenta o el plomo de la pintura que lo intoxicaba al humedecer el pincel con su lengua.
Los dos comenzaron a reirse cuando concluyeron que a ninguna persona de su alrededor podía llegar a interesarles ese debate circular e infundado. Sebastián, trataba de suplir sus ignorancias en torno a algunos detalles de las obras cumbres de los impresionistas, compensando con algún que otro chiste acerca del acento del sur español de Lucía. Ella, a su vez, graciosamente lo minimizaba con la generalización de que todos los argentinos eran iguales, con esa herramienta de la facilidad de palabra que según ella, les permitía escapar de cualquier aprieto.
Tácitamente, habían roto un poco esa desconfianza de ser dos desconocidos y dieron por sobrentendido que no volverían a hablar de arte.

Sebastián ya no pensaba en aprovechar su último día de vacaciones cumpliendo con esos rigurosos planes de entrar a las iglesias más importantes o de tomar un café en algún bar bohemio afamado por haber sido sede de grandes artistas de otras épocas. Disfrutaba de su paseo de turista no convencional con la compañía de Lucía.
Ella, lejos de disgustarse, sintió que el interés respetuoso de Sebastián debía ser correspondido. Y disfrutaba también de sus ocurrencias.

En ese contexto más despreocupado, Sebastián retomó la iniciativa: -Te voy a hacer una pregunta, pero espero que no te la tomes a mal: ¿Te han mentido mucho en la vida?-
Luego de soltar una larga carcajada, Lucía respondió: -La verdad que un poquillo, digamos..., que el amor es una mentira.-
Sebastián creyó haber vuelto a caer en su propia trampa, pero esta vez ya no podía esquivarla.
-Una frase más fuerte que la de tu remera. Pero no se si estoy tan de acuerdo. Demasiado sufrida y bastante universal como para que sea una verdad absoluta- le dijo convencido, mientras comenzaban a ascender por las sinuosas calles que conducían a la cima de la colina.
-No hace falta que estés de acuerdo, comprendo que es una idea muy personal de entender el amor. Y si, es bastante sufrida, quizás basada en las experiencias.- contestó Lucía con un dejo de ironía, mientras se tomaba los hombros con ambas manos en un esfuerzo por protegerse del viento frío que soplaba en pleno atardecer.
Y agregó: -Creo que el amor existe en sus diferentes formas. Y en algunas de ellas puede ser incondicional, para toda la vida, como el que puede sentir una madre hacia su hijo, por ejemplo.-

Sebastián no dejaba de sorprenderse por la agudeza de las expresiones de Lucía, y aún más, por esa confianza con la que le hablaba a quien hasta hace no mucho era para ella, un completo desconocido.
Se sentía atraído por su sincera espontaneidad. Y también tenía tiempo en su imaginación para contemplar su belleza física, esa imagen que había entrado por sus ojos la primera vez que la observó pintando a la vera del árbol, y que no había podido borrarla de su cabeza.
-Creo que ahora te puedo entender mejor. Me parece que vos te referís más que al amor, al estado de enamoramiento- le respondió a Lucía.
-Claro. Ese enamoramiento idílico, que uno cree muchas veces eterno e inmutable.- dijo ella.
-Ese que puede ser mucho más pasional que racional- se permitió agregar Sebastián.
-Así es. Y por eso mismo me decidí a vivir de la pintura. Porque a través de ella uno puede desnudar a esas mentiras de la vida de las que te hablo. Uno pinta lo que verdaderamente piensa o siente desde su propia perspectiva, sin ninguna imposición y ningún mandato. Y ahí en el arte, entonces, está una de las formas más sinceras del amor.-
Por unos segundos, Sebastián movió su cabeza ligeramente con la mirada perdida, terminando de asimilar el sentido complejo de lo que acababa de escuchar.
-¿Has visto? Creo que has terminado de comprender la idea.- dijo Lucía.
-Supongo que si, que te entendí, pero sigo sin estar de acuerdo con vos- respondió el joven mientras divisaba a lo lejos la aguja más alta de aquella iglesia blanca.
-Bueno, y ya que insistes tanto en los desacuerdos, dime; ¿qué piensas tú acerca de esto?- expresó Lucía.
-Pienso que idealizar a las personas en cualquier ámbito de su vida en el fondo, es un error. Pero a veces es inevitable. Es un camino que uno sabe que no hay que seguir, pero que termina optando sin quererlo cuando se encuentra en ese estado de enamoramiento.-
Sebastián detuvo su monólogo y de reojo pudo comprobar que Lucía escuchaba atenta su tesis y lo acompañaba con una mirada especial, mucho más relajada.
-¡Sigue, sigue hombre!- le dijo ella, entusiasmada.
-Bueno, y pienso también que a veces no está tan mal creer un poco en ese enamoramiento utópico y en esas personas que uno puede encontrar en la vida, un tanto idealizadas. De eso se trata. Aunque sepas que no sea puramente real, sirve para alimentar la ilusión.-

De repente, cuando la pendiente de la cuesta por la que caminaban se hacía cada vez más empinada, apareció majestuosa la cúpula blanquecina de la basílica de Sacré Coeur, iluminada por el reflejo del sol que se escondía en el horizonte.
Lucía le pidió que se sentaran en sus escalinatas y Sebastián, sin rodeos, accedió.
-Es que tú eres de esos que creen en esas mentiras de las que yo te he hablado.- exclamó ella mirándolo fijamente a los ojos.
-Es tu manera de verlo. Quizás para vos la respuesta a tu pregunta debería ser un rotundo si. Pero yo prefiero verlo de otro modo. Para que me entiendas, si yo pintara, como vos lo hacés, pintaría para ponerle un poco de color a esas mentiras de la vida, como por ejemplo a ese “amor” del que hablás, y no para desnudarlo y dejar de creer en él.-
Lucía, incandilada por esa declaración que parecía aleccionadora, decidió olvidarse de sus fríos postulados y creer por unos instantes en esa “mentira”, una de las tantas que pueden existir, como la historia de amor que aquí se cuenta. 
Al mismo tiempo, Sebastián, resolvió que a su regreso, el día siguiente, se dedicaría toda la vida a pintar.

Y un beso largo y sincero les prometió silenciosamente que la vida los volvería a encontrar.

6 comentarios:

  1. Cuánta más experiencia, más certera es la mentira de amar.. Tal vez, en un mundo mentiroso, Sebastián y Lucía pintaron de la mano.

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  2. Sebastián y Lucía quizás habrán entendido que debían pintar juntos el resto de su vida. Y de eso se trata! De creer que siempre se puede pintar! Gracias por su aporte, Camila!

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  3. Hice bien en esperar la lluvia de esta tarde para disfrutar la nueva publicacion de Boronali!! Que dan ganas de pintar nomas jaj.

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  4. Haga su arte querido Luisito, que esto es un puro hamparte jaja! Gracias por el comentario!

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  5. Excelente.
    El mejor que leí hasta ahora.
    La concepción del tema depende de la experiencia de cada uno. Los que tuvimos la bendición de conocer el amor, correspondido y perpetuo, sabemos que es como dice Sebastián.
    No es idílico, pero es fecundo y poderoso. Y embellece la vida.

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  6. Gracias por su aporte querido Martín. Y acuérdese todos los días de regar la plantita jaja. Saludos!

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