PASIONES PASAJERAS

Las gotas de lluvia y las ventanas empañadas bregaban por oscurecer un poco más ese paisaje gris. El chaleco de algún que otro señalero y las luces al borde de la pista daban un poco de color a ese horizonte que parecía un tanto inerte, repleto de aviones estacionados uno al lado del otro.

El zumbido de las turbinas le hizo repetir la pregunta: -¿Este es el 14 A?- indicando aquel asiento lindero a la ventanilla. Luego de mirar por encima de su cabeza la identificación de las ubicaciones, y confirmar su presunción, Marcos respondió: -Si, creo que si, ahí te dejo pasar.-, levantándose con cuidado de su lugar. Jaime agradeció y se acomodó en la butaca, recostado con la mirada perdida en ese mismo paisaje. Casi inmediatamente, cerró sus ojos. El carreteo y el despegue no le impidieron conciliar el sueño, todo lo contrario. Lo mecieron como si fuera un niño, después de varios días de trabajo bastante ajetreados. 

Al cabo de unos minutos, lo único que interrumpió su siesta repentina fue la inoportuna pregunta de la azafata, que con un tono bastante elevado, le consultó acerca de la infusión que prefería beber.

-Café, sin leche por favor- le respondió, antes de recibir el diminuto vaso plástico con sus sobrecitos de azúcar, arqueando su torso como para no molestar a su compañero de viaje, que se había decidido por un trago de whisky.

Una vez incorporado, sorbió su café, mientras espiaba como Marcos sentado a su lado con su computadora portátil desplegada, completaba con números unas largas listas de Excel en donde las únicas palabras que podían leerse eran las que encabezaban esas largas columnas.

Marcos, con esa leve incomodidad del que se siente observado, le dijo: -Qué aburrido que parece, no?-. Esa misma pregunta culposa que le hacía a su hijo mayor cuando éste jugaba a su alrededor y lo miraba, con la misma extrañeza que lo hacía Jaime.

-Todo depende de lo que realmente te guste-, le contestó éste, con una voz firme que buscaba poner punto final al intercambio.

Marcos, quizás como una herencia del carácter de su padre, afecto a la conversación espontánea, pensó que podría mitigar ese pánico que lo invadía cada vez que volaba, a través de esa charla oportunista que podría entablar con su amigo ocasional.

Por el contrario, Jaime, era un hombre con poca tendencia a la empatía, y mucho menos aficionado a la demostración de afectos. Un tanto parco para el trato con desconocidos y enemigo de los modos políticamente correctos. 

Sin dejar de percibir la sequedad de la respuesta, Marcos se permitió profundizar en esa explicación un tanto ambigua: -Es cierto. Aunque creo que a veces es difícil combinar la obligación con los verdaderos intereses que a uno lo llenan-, y se inclinó señalándole con su dedo índice el libro de tapa vetusta que Jaime había guardado en el bolsillo del asiento, y que le había llamado la atención, más parecido a un tomo de una enciclopedia que otra cosa. 

-¿Te gusta leer? -insistió, en un intento de lograr un poco de más de cercanía en la charla.

Jaime notó el empeño de su interlocutor y se esforzó por comprometerse un poco más en el diálogo. -Claro. La literatura es parte importante de mi vida. Sino fuera por Faulkner últimamente, mis continuos viajes serían cada vez más monótonos- contestó.

Marcos decidió abandonar la mediana concentración que simulaba demandarle las fórmulas matemáticas que ingresaba una y otra vez en su pantalla, para proseguir con la conversación, mientras movía de lado a lado el hielo de su bebida escocesa. -¿Acaso sos escritor?- le preguntó con cierta ironía, presentándose. 

Jaime devolvió la gentileza estrechándole la mano y diciéndole también cómo se llamaba: -Si, me dedico a escribir. Tengo que ir a presentar uno de mis libros a Mendoza.-

-¡Qué bueno Jaime! ¿Y sobre qué temas escribís, se puede saber?-

El reciente escritor descubierto dio cuenta del interés de Marcos y casi sin escapatoria, recordó los viejos consejos de su madre fallecida que siempre lo renegaba de pequeño cuando rehusaba de los mínimos gestos de cordialidad al toparse con un extraño: -mi género literario favorito es la novela policial. Trato de escribir sobre eso, que es lo que me gusta. ¿Y vos Marcos? Tu vida son un poco los números por lo que veo…-

-Ja, un poco. Es mi trabajo. Y punto. Soy uno de los contadores de una empresa multinacional- le contestó Marcos, creyendo que su respuesta lo aburriría.

Jaime, se desabrochó el cinturón y a modo de cumplido, le refirió: -¡Qué bien! Qué importante que parece-. Y agregó: -Me imagino que te gusta lo que hacés.-

Marcos habló con franqueza: -Para ser honestos, cada vez menos.- 
Sentía que había perdido esa vocación de sus primeros años, cuando los números representaban para él la previsibilidad y la certeza para cualquier planificación que pudiera haber diseñado para sus proyectos. Y agregó: -La obsesión de la gente por el dinero y la ambición por el poder hacen que los cálculos de la vida, por más matemáticos que quieran serlo, nunca sean perfectos.-

Jaime se quitó los anteojos y se convenció a escucharlo, a oirlo, más allá de lo que sus palabras querían decir. -Entiendo. Hoy por hoy se dice que las guerras se desatan por plata. No me quiero imaginar como se traslada eso a tu empresa. Y mucho menos, por lo que me decís, a tu mundo- le replicó, con intención de ahondar en su declaración confesional.

-Si, es cierto. El mundo de los negocios a veces es perverso. Revela lo más bajo del hombre, que es capaz de hacer cualquier cosa con tal de que cierre bien un balance, o suba el valor de una acción.- señaló Marcos, procurando no descubrir algún que otro secreto más que ocultaba detrás de su descontento profesional. 

Jaime, desde sus adentros, se había olvidado por unos momentos de las formas austeras y de esa coraza que siempre quiso ponerle distancia a su costado más sensible, exclusivamente reservado para su pluma. Y como una suerte de homenaje a otro de sus escritores de cabecera, creyó que su consejo podía llegar a caer en la indiferencia y en el olvido si sus palabras no se decían con lastre y sus ideas, con sangre:- Seguramente sea así. Pero el secreto, en el fondo, está en la pasión con la que hagas las cosas. Siempre vas a tener detractores que te desalienten en el día a día o algún sistema corrupto de turno que te ponga obstáculos para cumplir con tus metas, y a veces con tus sueños.- le contestó.

Y siguió: -Mi trabajo me exige presentaciones a tiempo, muchos viajes y desgastantes discusiones con la editorial acerca de los temas sobre los que quiere que escriba, que por lo general, están en las antípodas de mis preferencias. Todas situaciones que realmente detesto y que me quitan tiempo para contemplar y para escribir. Pero cuando eso pasa, trato de recordar aquella vieja consigna que me dijo alguna vez mi profesor de letras: “la literatura es un esfuerzo estético por contar, explicar o transfigurar el mundo con palabras”. Y en ese esfuerzo, se concentra mi pasión.-

Marcos, escuchaba atento cada una de sus sentencias, totalmente despreocupado de su aerofobia. Sentía una suerte de identificación en esa descripción autorreferencial de Jaime, pero al mismo tiempo, había algo que no lograba entender. Y luego de beber hasta la última gota de su añejado elixir, le preguntó: -Pero entonces, ¿si tu pasión son las letras? ¿Por qué parece que a veces te cuestan tanto, como a mi los números?- haciendo un gesto de incomprensión, apoyando sus manos en los brazos del asiento.

Jaime respondió: -Es que Marcos, la pasión no está puesta en la novela misma. Es decir, en poder escribir una concatenación de oraciones con sentido que puede llegar a convencer a un editor para su publicación, y que a cambio de ello uno pueda percibir un poco de dinero. Va por otro lado. La pasión del escritor radica en la superación por cambiar su pequeño mundo del día a día. Con sus cosas buenas y malas. Con las que puede modificar y con aquellas otras que no. Todo eso a través de las historias que quiere contar. Y en ese esfuerzo del que te hablo, y del que me hablaba mi profesor, está el volver a sentir el gusto por la vida a través de las letras. A partir de ahí, uno a veces, se redescubre y vuelve a encontrarse un sentido.”

Marcos, que no contaba tantas canas como aquel al que oía como un viejo sabio, quedó un tanto estupefacto, tratando de asimilar aquella lección improvisada.

De repente, la charla se vio interrumpida sin aviso por la aparición improcedente de la misma azafata, que lo advirtió a uno de ellos de su equivocada ubicación y lo instó a sentarse varias filas más adelante.

Marcos y Jaime se dieron la mano otra vez, y más allá de sus promesas de reencuentro, nunca más se volvieron a ver.

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