ELEMENTAL

Del bolsillo del ambo blanco que llevaba bordado su apellido, sacó su pluma y con la punta de la esferográfica hizo un pequeño corte en el vértice del sobre de papel madera. “Instituto Neurológico de Londres” rezaba el membrete. El paso apurado de una regla lo abrió de par en par y le dejó ver al especialista los resultados del estudio médico, expresados en valores inescrutables.

- No veo nada raro por aquí, Arthur -

El paciente desconcertado se limitó a escuchar, con los dedos de ambas manos entrecruzados y una mirada que exigía mayores explicaciones a la austeridad del veredicto del galeno.

El Dr. Joseph Bell llamó a su secretaria y le pidió que les sirva una taza de té a cada uno. Mientras la tomaban, le explicó con lenguaje llano a su escéptico paciente que la jaqueca que lo perturbaba cada noche no demostraba tener correlato en ninguna patología neurológica conocida hasta el momento. Y lamentaba que los comprimidos hipnóticos que le había recetado en las visitas anteriores no hubieran podido interrumpir sus amaneceres noctámbulos a causa del dolor.

Arthur se puso de pie, desempañó la ventana húmeda del consultorio que daba a la calle Baker y se perdió en el horizonte de señores encapotados que entraban y salían de sus casas georgianas. Entregado, dándole la espalda, le preguntó al médico qué otro remedio podía llegar a existir para paliar las molestias de su aflicción onírica.

- Lamentablemente, no puedo recetarte nada. -


El hombre preocupado no quería convencerse de que su colega no tuviese una cura alternativa para cuanto menos, alivianar el sufrimiento.

- Intenta con escribir. Desde que estábamos en Edimburgo, en la universidad, que te escucho decir que lo único que te hace esquivar la depresión es imaginar esas historias de detectives y misterios sin resolver que te inventabas. Prueba con eso. -

El consejo improvisado pretendía darle una respuesta distinta que satisficiera a ese amigo de la juventud, que adolecía cada vez que intentaba dormir.

Arthur lo despidió y esa misma noche decidió poner en práctica la fórmula recomendada. A medianoche, sintió un dolor punzante en su frente. A la luz de las velas se acomodó en el sillón victoriano de su casa, acercó un pequeño escritorio de madera y encendió su pipa.

Las horas pasaban y la pluma se deslizaba sin cesar por las hojas amarillentas. El Detective y su Elemental compañero parecían haber encontrado mágicamente la cura a todas las pesadillas de aquel hombre.

2 comentarios:

  1. Siempre un placer dar una vuelta por este infierno repleto de preterición y cocaína. Atte: Moriarty.

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  2. Estimadísimo Shane Boru, por ahora el cóctel inspiracional está hecho a base de mate y André Rieu. Pero nunca hay que descartar nada para la literatura aficionada jaja. Por cierto, cuando pueda volver a Madrid, lamentablemente seré uno de esos molestos curiosos de su último relato que no dejan tranquilo a Goya. Tendré que pasar desapercibido para evitarle la molestia. Saludos!

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