MITOS Y REALIDADES

La pila de libros se desmoronó del estante. El hombre, avergonzado, levantaba cada ejemplar con cuidado y miraba las iniciales de los apellidos de sus autores grabadas en la madera, tratando de volver a ubicar a cada uno en su lugar.

- ¿Me permite ayudarlo? -  El silencio de ese pasillo angosto que encerraba volúmenes vetustos de los más variados historiadores se vio interrumpido por la aparición de un joven diligente.

- Claro. Y de paso avisame si ves a “Don José”, una obra de García Hamilton. Es la que estoy buscando. - le respondió. Las líneas de expresión de su rostro y las incipientes canas que plateaban sus patillas mostraban a un hombre que había vivido más de cuarenta años.

Mientras escudriñaban en los nichos vívidos de aquella biblioteca que parecía abandonada, cada uno se presentó. Pedro, con un gesto de cortesía, le extendió la mano y le refirió ser estudiante de la carrera de historia. Felipe, impuso su presencia a la vista más experimentada, con un apretón. Le dijo que trabajaba en el Ministerio de Cultura. El joven, más verborrágico, le pidió con respeto que sea más específico.

- Formo parte de la Subsecretaría de Revisión de Publicaciones Históricas, mi amigo. Investigo sobre las verdaderas historias de personajes célebres y trato de contar la realidad, tal cual sucedió y no como a veces se cuenta. -

- Es una especie de desmitificador de la historia, ¿puede ser? - agregó el chico, mientras simulaba continuar con la búsqueda.

El hombre con una pequeña carcajada, le respondió: - Exactamente -.

De repente Pedro, que parecía más interesado en continuar con la charla improvisada que dar con el libro que creían ausente, lo encontró y se lo entregó a su interlocutor, con el semblante del niño que espera su recompensa por la buena obra del día.

Felipe le agradeció por el hallazgo y le dijo que debía disponerse a continuar con su proyecto laboral, que estaba bastante atrasado. Lo despidió, quizás dándose cuenta de la avidez conversadora de Pedro y se sentó en la única mesa que estaba al fondo del lugar.

Al cabo de unos minutos, el chico se ubicó en el extremo opuesto de la mesa, como queriendo evitarle una incomodidad, y comenzó a pasar las hojas del libro que había elegido. Solo su computadora portátil y un mate lo acompañaban en la tarea.

Felipe trataba de concentrarse, pero el leve arrepentimiento que sentía para con aquel joven se lo evitaba. Notó que quería decirle algo más y que no había sido correspondido. Lo espiaba y veía reflejado en él, el mismo espíritu curioso que solía tener cada vez que investigaba en sus años pasados de estudiante universitario.

Se acercó y se sentó a su lado. Le preguntó si había un mate para él. Pedro que estaba ya enfocado en la lectura, se sorprendió por la aparición repentina. Terminó de tomar, cebó, y se lo cedió con la misma gentileza con la que lo había ayudado antes.

“Vida y obra del Padre de la Patria” era el título de la larga monografía que el joven preparaba en su computadora. El hombre había terminado de comprender el motivo del presumible interés que podía llegar a tener el estudiante en esa charla que había quedado trunca.

- Imagino que allí contarás absolutamente todo acerca de San Martín. Sus cosas buenas, y también las malas -, le dijo Felipe con un tono que parecía un tanto pedagógico.

- Prefiero ensalzar las cosas buenas y obviar un poco los puntos grises o cuestionados de la historia -le respondió Pedro, al tiempo que le señalaba el libro que había elegido como guía para su trabajo de la facultad, una edición de “Yo, San Martín” de Carlos Thorne, un escritor peruano que Felipe desconocía.

Éste creyó que la rara coincidencia le daba la oportunidad de aconsejarlo. - Pero entonces…, cuando seas docente, o quizás cuando escribas un libro, no estarás contando la historia completa, Pedro. ¿No te parece que un buen historiador es aquel que cuenta los hechos tal cual han sucedido? - 

El joven cerró su computadora y ofreciéndole el último mate, decidió sin rodeos decirle lo que pensaba al respecto.

- Puede ser que tenga razón, señor. Que narrar la vida de un prócer de la Patria de este modo, no sea como se suele decir, “intelectualmente honesto”. Pero creo que la sociedad moderna necesita saber que antes existieron hombres llenos de virtudes y de nobles ideales con destino de grandeza, a los que puede imitar. Esos hombres que trascendieron a su tiempo y a su existencia. Pienso que es una de las formas de cambiar el curso de nuestro presente y de nuestro devenir, lleno de incertidumbres y de peleas intestinas. - 

Felipe lo escuchó con atención, aunque no demostraba ni un ápice de asombro en esa profunda declaración que acababa de oír de la boca del joven estudiante.

Con desdén y hasta con cierta altanería, lo cuestionó: - ¿Sabés muy bien que las generaciones revisionistas que me sucedan te van a dar una dura pelea, no? ¿Qué siempre trataremos de bajar a tus ídolos de sus pedestales? -.

Pedro lo miró a los ojos con la seguridad de quien cree lo que afirma y le sonrió. Volvió a abrir su computadora y le dijo con consideración: - Lo sé, Felipe. Y estoy dispuesto a dar ese combate. Ellos se ocuparán de poner el acento en aquello que polemiza. Y yo trataré de resaltar aquello otro que sirva para que la gente vuelva a creer en los héroes que forjaron la historia de este país. -

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